Desde que se utilizase por primera vez en Estados Unidos alrededor de la década de los ’60 del pasado siglo, el concepto de responsabilidad empresarial -a la par que la sociedad y las propias empresas- ha ido ampliando su significado y el alcance de esa responsabilidad. Hoy podemos definir el concepto de responsabilidad social corporativa como la toma de conciencia por parte de las empresas y organizaciones de que sus responsabilidades no finalizan con la cuenta de resultados en el ámbito económico-financiero, por lo que no sólo deben rendir cuentas ante a accionistas, propietarios o mercados, sino que también deben hacerlo ante sus empleados, ante las comunidades locales, ante la sociedad en su conjunto e, incluso, ante generaciones futuras por el impacto que su actividad puede tener en ellas.
Desde hace muchas décadas, en la gran mayoría de países ha existido una legislación, civil, penal, laboral, administrativa y mercantil que especifica qué responsabilidades tienen las empresas. Sin embargo, el concepto de responsabilidad social corporativa va más allá, ya que implica por parte de las empresas el hecho de tener la conciencia social de que esa responsabilidad existe y debe hacerse efectiva incluso cuando la ley no alcanza a imponerla.
El desarrollo del concepto de responsabilidad social corporativa ha provocado también el desarrollo de empresas y organizaciones con una sólida cultura ética que se caracterizan por anticipar y asumir esas responsabilidades antes de que éstas tengan que ser impuestas legalmente a raíz de quejas o como consecuencia de una daño causado.
En ese contexto, desde principios del siglo XXI se pueden empezar a observar numerosos ejemplos de la importancia de estos mecanismos de actuación ética y voluntaria. Un ejemplo claro es la creación por parte de la Unión Europea en 2001 del conocido como Libro Verde con el objetivo de fomentar un marco europeo para la responsabilidad social de las empresas. En el mismo se define la responsabilidad social como “la integración voluntaria por parte de las empresas de las preocupaciones sociales y medioambientales en sus operaciones comerciales y sus relaciones con sus interlocutores”. De esta forma, como decíamos al principio, la cuenta de resultados se hace inseparable del impacto social y ecológico generado por ella misma.
Más recientemente, en 2015, la ONU aprobó la Agenda 2030 sobre el Desarrollo Sostenible, en lo que se concibió como una oportunidad para que las sociedades emprendan un nuevo camino con el que mejorar la vida de todos, sin dejar a nadie atrás. La Agenda cuenta con 17 Objetivos, que se han dado a conocer como Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS). Entre ellos destacan temas como la defensa del medio ambiente, la lucha contra el cambio climático, la eliminación de la pobreza, la igualdad de la mujer, o la generalización de la educación.
Los ODS son, sin duda, una nueva oportunidad para dar otro impulso y actualizar el compromiso de las empresas con la Responsabilidad Social Corporativa (RSC), una nueva vuelta de tuerca para aplicar en las empresas y organizaciones nuevas soluciones que permitan hacer frente a los retos más relevantes del mundo en materia de desarrollo sostenible.
Y es que, al conformar un renovado paradigma de desarrollo sostenible y establecer una agenda global para el desarrollo de ese paradigma, los ODS permitirán a las empresas contar con unas herramientas de medición para demostrar cómo sus negocios y sus modelos de gestión ayudan a avanzar en el desarrollo sostenible.
La cadena del sector cárnico, como no podía ser de otra forma, también se encuentra ante el desafío de la reconstrucción sostenible y del cumplimiento de los ODS. Por ello, desde Meat2030 ofrecemos un servicio integral de consultoría ambiental, green marketing y relaciones públicas con respaldo técnico, estratégico y comunicativo para acompañar a las empresas del sector cárnico en sus políticas de responsabilidad social corporativa y en su camino hacia un modelo productivo más sostenible.